lunes, 25 de febrero de 2013

Siempre así.


Tiempos pasados, de brillante oro, pasados de gloria.
Dicen que no se puede vivir en el pasado porque siempre te nubla tu futuro, pero es que yo echo tantas cosas de menos, que no puedo evitar dar un paso adelante mirando hacia atrás. Es como aquellas personas que odian avanzar pero que una vez que han dado el paso no saben si están mejor o peor.
La verdad es que fueron tiempos gloriosos, tiempos donde lo teníamos todo, incluso nuestra libertad. Éramos corazones jóvenes, algunos más aventureros y locos que otros, pero éramos nosotros al fin y al cabo.
Solo bastaba una llamada, una simple mirada y cualquier mínima tontería para dar una patada a los libros y salir a la calle, a donde el viento y los pies llevasen. Amigos con los que compartí algo más que ratos de risas y lloros, amigos con los que tenía un vínculo especial, amigos que me ayudaron y ayudé.
Miro atrás y veo una María miedosa, como siempre. Arrastrada a lo más hondo en muchos momentos y de los que emergí gracias a ellos, a todos esos que un día estuvieron a mi lado. Amigos para lo que mandar todo a la mierda era cuestión simplemente de abrir la boca y los días eran menos aburridos porque era salir por esa puerta de la universidad y no se planeaba nada bueno.
No sabía que la nostalgia podría llegar hasta tal punto y la verdad es que nunca había echado jamás tanto algo de menos. Echo de menos a las que fueron mis hermanas y madres allí, echo de menos esos paseos, cenas, fiestas, tardes de agobios, tardes de trabajos, mañanas resacosas de universidad, visitas inesperadas, despedidas grandes… escapadas de mi piso a altas horas mientras todas dormían para ir a ver a un chico por el que seguramente habría arriesgado. Porque eran locas y asquerosas, pero mis locas. Una universidad fea, pero mi universidad. Un piso viejo y feo, pero mi piso. Una ciudad incomunicada, pero mi ciudad.
Y aunque no ha pasado nada de tiempo, parece que me siento desde entonces mucho más vieja, como si hubiesen pasado treinta años desde entonces.
No logro entender como una ciudad que me vio tanto llorar, me pudo dar amigas tan grandes, chicos tan increíbles, fiestas tan locas y alegrías abismales.Y aun así, firmaría por estar de nuevo en mi primer día de universidad.
No puedo entender lo rápido que va el tiempo y cómo no puedo dejar de pensar en todos esos momentos. 
Gracias. Gracias por dedicarme esas conversaciones que me hacen añorar pero sobretodo sonreír.
Siempre hay miradas que se empañan con una canción...
Siempre hay momentos que valen toda una vida...
Siempre nos quedará, Almerida.



domingo, 17 de febrero de 2013

Puede ser.


Puede que no sea perfecta, que no me levante a las 8 de la mañana con el pelo intacto ni la cara resplandeciente, puede que no tenga todos los días buen humor aun si fuese trayéndome un desayuno a la habitación. Puede que no sea guapa, ni que tenga un cuerpo de infarto, ni siquiera llegaría a ser dama de las fiestas de mi pueblo. Puede que no me gusten las declaraciones de amor (o si, depende) , ni los piropos, ni recibir regalos, ni darlos. Puede que mi vocabulario no sea el más adecuado. Puede que no te llame, que no te escriba aunque esté muriendo de ganas por hacerlo. Puede que te diga que no me interesas, que paso de todo, que paso del amor,  que paso de las personas que ya no están. Puede que después de estar días y días hablando te diga de quedar y después se me olvide y tenga que suplicar mi perdón. Puede que me aisle, que me enfade, que te lleves algún desplante e incluso te puedas ganar una colleja si consigues sacarme realmente  de mis casillas. Puede que tenga el mismo problema de memorizar que aquellos peces que un día tuve.
No soy perfecta, ni quiero serlo. Jamás. Y no es un tópico sino un hecho. Me gusta. Me gusta equivocarme porque siempre me ha traído algo mejor después aunque al principio me viese hundida.
Puede que me guste mi mal humor porque mantengo a las personas a raya y ser cabezota aun sabiendo que ni de lejos a veces tendría la razón porque eso es lo que mejor se me da siempre... llevar la contraria. Puede que me guste despertarme y que me dejen,  que me dejen dar vueltas por la cama maldiciendo haberme acostado tarde y quedándome de nuevo dormida y volviendo a maldecirme por despertarme tarde y perder la mañana sin hacer cosas.
Y puesto que me gusta llevar la contraria cuando estés lejos y no hablemos querré hablarte y cuando estés cerca me agobiaré de tal manera que solo tendré ganas de echar a correr, cuando me hables bien desconfiaré de ti y cuando me digas las cosas que no quiero oír te agradeceré infinitamente esas palabras aunque me haga la indignada. Puede que en el fondo, quiera una historia perfecta de amor.
A pesar de las diez mil cosas malas de las que soy consciente (o no tanto) que puedo tener, a veces y solo a veces me gusta ser yo. Yo con mis ataques de desesperación que me llevan a decir una tontería peor que la anterior, yo en mis vacaciones de verano tostándome al sol y mi aceite de coco que tanto odio, yo y mis enfados de niña pequeña, yo y mis ganas de organizar quedadas, yo y los abrazos, besos y palabras de la gente a la que veo poco, yo y mis debates internos, yo y mis secretos que no son tan secretos como los hago ver, yo y mis chichas, ojeras, mofletes...

Puede ser que nunca sea nadie grande, que no sea un músico prodigio, ni una maestra revolucionaria, ni la investigadora que dé con la cura del cáncer, puede ser que sea una persona más que normal e incluso aburrida.
Puede ser que me gusten mis defectos hasta el punto de no querer cambiarlos. 
Al menos no por nadie que no merezca la pena hacerlo.